domingo, 27 de marzo de 2011

Sexo telefónico por ser Domingo de Carnaval

Te tumbaste desnuda en la cama, sólo con tu máscara de afrodita cubriendo tu rostro.

Esperabas su llamada, el calor de cada una de sus palabras que, aunque lejanas, resonaban muy dentro de ti. Cada palabra era una nueva invitación, una nueva sugerencia a profundizar un poco más en un placer cada día más intenso y más profundo. Sabías que con cada llamada eras más libre y más sexual, más salvaje y más la persona que realmente te sentías.

Con sus palabras no tenías que esconderte, que ocultar partes de ti, podías ser tú misma, sin limitaciones, sin frenos y sin riesgos.

Aunque no le conocías en persona, confiabas en él. Cada día disfrutabas de sus nuevas travesuras. Algunos días era una simple masturbación, otros días te hacía jugar con objetos que nunca habrías imaginado. Todo valía cuando él llamaba, cualquier cosa era posible con su voz y tú estabas, un día más, dispuesta a hacer lo que su voz te pidiese hacer.

Unos días antes del Domingo de Carnaval, habías recibido un pequeño paquete y un sobre con el siguiente texto escrito en una pequeña hoja blanca, con unos labios en relieve: “sé que estarás sola un domingo más. Te llamaré sobre las 5. Quiero que estés en tu cama, solo con el contenido del paquete, esperando mis palabras y mis deseos”.

En el interior se encontraba una pequeña máscara, de porcelana, al estilo de las que usaban en la antigua Roma y más propia del Carnaval de Venecia que de otro lado. Otra nota, sobre otros labios en relieve, colgaba de la etiqueta: “esta máscara representa a Afrodita, diosa de la pasión. Tú serás mi diosa”.

La máscara era totalmente blanca, con un mínimo detalle dorado en el contorno del pelo. Apreciaste su belleza al abrir el paquete y su suavidad al tomarla con tus manos. Apenas pesaba cuando la cogiste y la sacaste del paquete. Una pequeña cinta la rodeaba por detrás y pudiste apreciar el contorno de la boca, la nariz y los ojos, así como el pelo trazado en la parte superior.

Desde las tres de la tarde empezaste a prepararte. Querías estar preciosa y perfecta para disfrutar de la nueva fantasía que te esperaba en un rato. Un relajante baño, espumoso y oloroso fue el primer paso. Con una cuchilla y con suavidad, retiraste todo el vello de tus piernas y de tu pubis que quedo limpio y sin rastro de pelo. También rasuraste el poco bello de tus axilas y a partir de ahí dedicaste un buen rato a relajarte en el agua caliente.

Con suavidad empezaste a recorrer tu cuerpo con tus manos, el jabón comenzó a soltar espuma sobre tu piel y tus manos se encargaron de esparcirla y repartirla, empezando por tus pechos, generosos y redondos. Tus pezones no tardaron en reaccionar a tus caricias y preferiste seguir enjabonando tu cuerpo porque aún no te querías excitar. Tus manos se deslizaban ágilmente por tu cuerpo sin vello, tu pecho dio paso a tu pubis y tu pubis a tus muslos, desde donde recorriste cada centímetro de tus piernas hasta llegar, levantándola hacia arriba a tus pies.

Perdiste la noción del tiempo, y solo notar el agua fría bajo tu cuerpo te hizo levantarte y secarte, con delicadeza, tu piel. Una vez seca comenzaste a repartir crema de forma generosa por todo tu cuerpo, prestando especial atención en las zonas en las que, poco antes, habías rasurado.

Eran las cinco en punto cuando te colocaste la máscara sobre tu rostro. Tu visión se redujo y notaste como tu respiración se hizo algo más pesada. Hablaste en alto y tu voz sonó amortiguada por la cerámica de tu nueva piel.

Te tumbaste en la cama, una de tus rodillas se flexiono, quedando ligeramente doblada, respirabas tranquilamente, tratando de contener tu excitación. Tus manos descansaban sobre tu pecho, entrelazadas y tu mirada se perdía en el infinito, en dirección al techo. Tus pechos caían ligeramente sobre ti y tus pezones comenzaban a estar erectos. Quisiste verte a ti misma desde fuera, te imaginaste tu perfil, tu contorno y no pudiste evitar sonreír ligeramente bajo tu máscara.

Comenzó a sonar el teléfono. Lo dejaste vibrar libremente sobre tu pecho, sintiendo como cada vibración se distribuía desde tu ombligo al resto de tu cuerpo. Pasados varios tonos, decidiste que ya era hora de jugar de verdad y descolgaste la llamada sin contestar.

Su voz llegó pronto a tus oídos...”estoy seguro de que estás ya húmeda. Tengo las braguitas que me mandaste cerca de mí y estoy disfrutando de tu olor. Seguro que te has dado crema y que tu piel está suave para que tus manos la recorran por completo una y otra vez”.

Coloca un cojín bajo tu espalda. Quiero que tengas tu culo levantado y notes más placer. Acaricia tu clítoris con tus dedos, no presiones mucho, que sea una simple caricia y usa la yema de tu dedo para rodearlo”.

Sin temor y sin dudar ni un momento comenzaste a tocarte tal y como te indicaba. Sin prisas, sin agobios. Sabías que tenías la casa para ti sola durante muchas horas y nadie te molestaría. Tu respiración comenzó a hacerse más y más pesada bajo la máscara, al ritmo que tus caricias comenzaban a surgir efecto en el clítoris y este iba incrementando su tamaño poco a poco, pero sin pausa.

Comienza a bajar tu mano hacía tu vagina, recorre despacio el interior de tus labios y no entrés aún. Pega tu dedo a tu agujero y muévelo en círculos sobre él. Poco a poco penétrate con uno de tus dedos, despacio, siente cada falange de tu dedo, siente como entra en tu interior y como se abre espacio entre tus paredes. Mételo hasta dentro, y empieza a sacarlo poco a poco, para volver a meterlo”. Cada movimiento era multiplicar los líquidos de tu vagina y sentir como tu dedo estaba cada vez más empapado.

Cuando te apetezca introduce un segundo dedo dentro de ti y si quieres, no te cortes, puedes hacerlo con un tercero. Según lo hagas, mete haciéndolo más y más rápido, quiero que empieces a sentir como te penetras con más y más fuerza y que tus dedos estén muy muy húmedos”.

Ahora quiero que tu otra mano acaricie tu clítoris, pero ya no caricias suaves, sino caricias más fuertes. Quiero que lo sientas, que tengas tu clítoris muy gordo y que quieras explotar en cualquier momento, mientras diriges uno de tus dedos a tu culito, ¿lo harás por mi?”.

Solo pudiste contestar con un suspiro, con un claro sentimiento de afirmación. Así, mientras tu mano masturbaba tu clítoris, uno de tus dedos, empapado en tu propia excitación, lo llevaste a tu culito, donde, con algo de esfuerzo, lo lograste introducir, notando la presión que las paredes de tu ano hacían sobre tu dedo y como cada movimiento que llevabas a cabo con él, era una nueva oleada de placer que se extendía por todo tu cuerpo.

Quiero que aceleres, ahora es cuando quiero oírte gemir y cuando tienes que masturbarte pensando en cómo la tengo, en cómo estoy pensando en tu cuerpo desnudo, en tu cara cubierta con la máscara y en tu sexo abierto, deseando ser penetrado y en tu clítoris duro y gordo, con el que te vas a correr en unos momentos”. Apenas unos segundos después, se desencadenada tu orgasmo, rico y delicioso, recorriendo todo el cuerpo, electrificando tu piel, provocando un gemido ahogado debajo de la máscara y generando una sonrisa bajo la cerámica que cubría tu piel y que seguía, impertérrita, con la misma expresión de minutos atrás.


Seguiremos excitando...


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