domingo, 8 de abril de 2012

Inesperada tarde de verano



No pude dejar de seguirte con la mirada mientras entrabas en el parque lamiendo un delicioso cucurucho con helado de chocolate. Me fije en tu camiseta de tirantes, ajustada y que dejaba poco a la imaginación y en tu pequeño pantalón vaquero, que permitía disfrutar de tus piernas formadas y musculosas, mientras tu culo se movían con cada paso que dabas, creando un movimiento hipnótico a los ojos de todos aquellos que te miraban. 

Decidí seguirte para disfrutar de tu cuerpo y vi como optabas por sentarte en el césped fresco a la sombra de un árbol, huyendo del fuerte sol que provocaba un calor sofocante allí donde golpeaba sin compasión. Sin perderte de vista me acerque a comprar un helado de limón, porque con cada mirada que te echaba mi calor se incrementaba. Lamías deliciosamente tu helado de chocolate del que cada vez quedaba menos, mientras me fijaba más y más en tu cuerpo. Tus pezones se marcaban en tu camiseta demostrando que no llevabas sujetador y tus pequeños vaqueros no hacían sino incrementar mi deseo por conocer de cerca tus intimidades y abrasarme con tu calor más intimo e intenso. 

Juntando todo mi valor decidí acercarme a ti, disfrutando de tus piernas a cada paso que daba, deseando estar a tu lado para acariciar esos pechos pequeños pero deliciosos y poder saborearlos con mi lengua al igual que hacía con mi helado de limón. Cuando llegue a ti comprobé que habías terminado mi helado y no pude sino ofrecerte parte del mío, argumentando que así disfrutarías del contraste entre el dulce chocolate y el acido limón. Con tu dedo índice cogiste un buen pedazo de helado y lo chupaste con pasión disfrutando de su frío en tu boca. Me arrodille a tu lado y ahora fue tu lengua la que directamente lamió de la bola de mi cucurucho. Una lamida intensa, en la que dejaste ver tu lengua completamente; manchaste tus labios al llevar el helado a tu boca y no deje pasar la oportunidad de limpiarte con mi lengua. Te has manchado, te dije, y sin darte tiempo a reaccionar, bese tus labios con pasión dejando que el helado cayese a nuestro lado. 

Dudaste por un momento en contestar mi beso, pero no tardaste en hacerlo. Me besaste con la misma pasión que yo lo hacía y con el deseo incrementado por el sofocante sol que apenas daba tregua aquel día. Sin apenas gente en el parque decidí ir un poco más allá y una de mis manos comenzó a acariciar uno de tus pechos. El pezón, erecto desde hace rato, respondió inmediatamente, engordando aún un poco más e incrementando su dureza. Quiero que mi lengua recorra cada centímetro de tu piel, te susurre al odio, al tiempo que apartaba tu pelo para poder besar tu cuello y provocar tus primeros suspiros de la tarde. 

Tu no perdiste el tiempo y mientras acariciaba tus pechos, tus manos se colocaron sobre mi bermuda para terminar de provocarme una erección con tus manos. Con unas simples caricias lograste tu objetivo al tiempo que encendías aún más el deseo entre ambos, porque yo ya no me conformaba con tu pecho y quise comprobar tu grado de humedad, bajando mi mano hasta tu entrepierna, acariciando lentamente cada poro de tu pecho y llegando al punto en el que tu calor y humedad traspasaba la tela de tu vaquero y empapaba mi mano a través de ella. 

Estuvimos varios minutos así, acariciándonos mutuamente y jugando el uno con el otro, con besos en nuestras bocas, en nuestros dedos, en el cuello del uno y del otro y con caricias nada disimuladas que no hacían sino incrementar nuestra excitación, incrementada por sabernos dos completos desconocidos que solo habíamos compartido un helado. Quiero más, dije de nuevo en tu oído y tomando tu mano te ayude a levantarte. Apoyados en el árbol seguimos besándonos durante un par de minutos más, repitiendo caricias muy placenteras y íntimas, hasta que decidimos buscar otro lugar para ir más allá. 

El cobertizo de los jardineros fue el mejor hallazgo de la tarde. La puerta abierta nos permitió estar a cubierto y aunque el calor era sofocante en su interior, no tuvimos ningún reparo en continuar nuestra sesión de besos y caricias. El botón de tu vaquero tardo poco tiempo en ser abierto y con un movimiento de tus caderas cayo hasta tus tobillos. Me aparte de ti para presenciar un espectáculo maravilloso. Tu piel desnuda, sin ropa interior, se mostró ante mi sin ningún pudor. Tu sexo, completamente depilado, brillaba ligeramente fruto del sudor que recorría todo tu cuerpo y de la humedad provocada por tu excitación. Con una mano abriste ligeramente tus labios invitándome a entrar en ellos, algo que hice sin demora introduciendo dos de mis dedos en él. Tu calor y tu humedad facilitaron la operación y agarrándote a mi cuello evitaste caer al suelo al levantar una de tus piernas para disfrutar aún más de mis caricias en tu interior. Mis dedos entraban y salían de ti, recorriendo tu sexo desde tu clítoris hasta el interior de tu vagina, mientras sin poder parar, mordía tus orejas desnudas y chupaba tu cuello, disfrutando del olor de tu pelo. Tus gemidos eran cada vez más evidentes y rápidos, demostrando tu excitación, incrementada cuando decidí introducir un dedo más en tu interior. 

En un momento dado, hice fuerza en tu interior con mis dedos, apretándolos contra la pared superior de tu vagina, mientras mi otra mano masturbaba tu clítoris con rapidez buscando una explosión que no tardó tiempo en producirse, provocando nuevos gemidos de placer y fuertes espasmos de tu cuerpo que se aferraba a mi cuello para no perder el equilibrio con cada oleada de un orgasmo deseado y potenciado por el calor de un verano muy caliente. 

Respiraste por unos minutos apoyada en la pared del cobertizo mientras mi deseo aumentaba en mi mirada a cada instante. Te acercaste a mi y dándome la vuelta me apoyaste contra la pared. Te agachaste delante de mi, poniéndote en cuclillas con tus piernas abiertas, mientras con tus manos bajabas mis bermudas dejando mi miembro, totalmente erecto, al aire. Un par de sacudidas de tu mano, llevando la piel de mi capullo hacía atrás, dejo el terreno preparado para que tu boca comenzará su trabajo. No dudaste ni un segundo y tu boca pronto se lleno con mi sexo erecto. Tus labios apretaban mi piel y tu lengua recorría toda mi erección. Pusiste tus manos en mi culo y comenzaste un delicioso mete y saca con tu boca. Placentero, muy profundo y húmedo, llenando mi sexo con tu saliva que se juntaba con mi propia humedad y caía por la comisura de tus labios, incapaces de contener tanta humedad. 

Aceleraste el ritmo de tus succiones, empezaste a llegar un poco más dentro de ti, y no tardaste en logre tu objetivo. Me hiciste explotar en tu boca, apretando contra ti mientras los temblores de mi orgasmo recorrían todo mi cuerpo y provocando que mis piernas apenas me pudieses sostener. Me vine en tu boca, que se desbordó sin remedio manchando tu camiseta con mi semen y tu saliva mientras caía de rodillas a tu lado, besándonos y compartiendo el fruto de nuestra pasión en aquella inesperada tarde de verano.