lunes, 20 de septiembre de 2010

Comienzos

Apenas hacía una hora del primero y aunque nerviosa querías otro más. Lo habías esperado durante tanto tiempo que te había sabido a poco y sólo querías sentirlo una vez; sentirte especial, sentirte única, sentirte en una nube en la que un cosquilleo recorre todo tu cuerpo, desde tu boca, electrificando tu espalda y haciendo temblar tus piernas.

Sentada en el sofá miras a todas partes, no centras tu mirada en ningún sitio. Recorres los libros que tienes enfrente pero no te fijas en los títulos, oyes la música de la televisión pero no la escuchas, miras los cuadros de la habitación pero no observas detalle alguno.

Escuchas como de la cocina llega ruido de vasos que chocan entre sí, de hielos que caen sobre el cristal y de botellas que vienen y van. Hoy era el primer día en muchas cosas para ti y estabas a punto de probar una más sin saber hasta dónde te iban a llevar.

Ya no sabes dónde mirar, cómo ponerte, o qué hacer. Cada minuto, cada segundo se hace largo y no provoca más que ansiedad en ti. Tienes dudas, pero has decidido acallar tu cabeza. Quieres seguir a tu corazón, quieres hacer caso a tu cuerpo, quieres saciar la curiosidad y las dudas que durante tiempo has acumulado y te has decidido que será esta noche.

Cuando él sale de la cocina con las copas, sólo aciertas a oír, “¿dónde nos habíamos quedado?”


Seguiremos excitando...

jueves, 9 de septiembre de 2010

Tras una sesión de chat...

Porque 32 años no son nada...

Cierras la pantalla del ordenador y el salón se queda a oscuras tras desaparecer la gris luz de la pantalla del ordenador. Tus ojos brillan como hacía tiempo que no lo hacían y una mirada traviesa recorre tus ojos. Tu mente recuerda cada línea que aparecía en el Messenger de tu nuevo amigo, la excitación que cada línea provocó sigue presente en tu cuerpo. Un dedo curioso recorre tu entrepierna para comprobar la evidencia que esperabas...estas completamente húmeda.

Se mezclan en ti la excitación y la incredulidad. Nunca te había pasado algo así. Tu marido dormía en la habitación de al lado, tus hijas poco más allá, y un desconocido había logrado mojarte como hacía tiempo que no estabas.

Dudabas que hacer, el reloj ya pasaba de las dos de la mañana. Ir a la cama no era una opción, dudabas entre darte una ducha y aplacar tus calores o dar rienda suelta a tu mente. Tu cuerpo decidió por ti y con una mano comenzaste a recorrer tu cuello, apartando tu pelo a un lado y echando hacia atrás tu cuerpo, cerrando los ojos y deseando que fueran otras las manos que lo recorriesen.

Tus caricias hacían su efecto y cada vez sentías más calor al tiempo que sentías explotar tus pezones bajo tu camiseta de tirantes.

Sin poder resistirlo más abandonaste la silla del ordenador dirigiéndote al sofá, mientras tu camiseta y tu pareo negro caían al suelo. No lo dudaste y te subiste de rodillas, apoyando tu pecho en el respaldo y acariciando tus pezones con fuerza. Cada caricia te hacía desear otra, cada vez que rozabas tus pechos, deseabas comenzar a bajar tu mano hacia tu tanga.

Tras recorrer tu vientre y tu barriga, tus dedos llegaron al borde de tu prenda más intima. Recorriste tus labios por fuera, apreciaste tu excitación y los recorriste de arriba abajo. Suspirabas con cada roce y decidiste dar el paso final, dejando que tu mano entrase bajo el elástico.

Tus dedos se empaparon de forma inmediata y tu olor corrió rápido hasta tu nariz incrementando las ganas de masturbarte de forma intensa. No querías tocar aun tu clítoris y fuiste directamente a tu interior. Abriste más las piernas, hundiendo tus rodillas en el sofá y apoyando tu cabeza en el respaldo.

Uno de tus dedos comenzó a explorar tu interior, comenzando una tímida penetración facilitada por la intensa humedad que inundaba tu entrepierna. Cada pliegue de tu piel era recorrido por tu dedo, cada rincón de tu vagina era acariciado por tu dedo, cada centímetro de tu sexo era masturbado por tu dedo.

Bajaste tus bragas y decidiste atacar tu clítoris masturbándolo con las yemas de tus dedos. Sin llegar a presionarlo, tus dedos recorrían el contorno del clítoris. Tu otra mano agarraba uno de tus pechos y tu sudor comenzaba a caer sobre tu pecho pegado al sofá.

La primera caricia directa sobre el clítoris provocó un escalofrío sobre tu cuerpo. Una descarga eléctrica recorrió tu espalda y tus dedos aceleraron su ritmo haciendo crecer a tu clítoris. Cada momento y cada caricia era una nueva caricia que se sumaba a la anterior. Comenzabas a gemir a medida que tus dedos incrementaban su velocidad y tu cuerpo se tensaba a cada momento.

Temías despertar a tu familia con tus gemidos, seguías masturbando tu clítoris mientras imaginabas el cuerpo de tu amigo llegando por detrás. Con tu mano libre te acariciabas desde atrás, imaginando como sería sentir su polla poniéndose detrás de ti. En el momento que introducías uno de tus dedos, tu cuerpo estallaba obligándote a morder el sofá para contener tu gemido, mientras tus manos seguían con su trabajo.

Buscabas aire en cualquier parte, respirabas agitada y tus manos seguían donde estaban moviéndose lentamente y arrancando las últimas oleadas de placer, deliciosas e intensas. Tus piernas te aguantaban débilmente en el sofá. Acercaste tu mano a tu cara y respiraste gustosa tu olor, deleitándote con los temblores que el orgasmo aún provocaba en tu cuerpo.

Seguiremos excitando