martes, 13 de septiembre de 2011

Divertimiento de una tarde de verano


Las conversaciones y las insinuaciones entre nosotros habían sido más que evidentes en las últimas semanas. Nuestras llamadas, sin caer en lo expreso, eran un constante juego de palabras e invitaciones, más o menos expresas, a caer en un pecado que sabíamos que tarde o temprano llegaría.

Habíamos quedado con la idea de ir al cine y eso hicimos. Me invitaste sin dudar y tomamos un café mientras esperábamos a que comenzase la película. Disfrute con tu conversación y perdiendo mi mirada en tu generoso escote y en tus sensuales piernas, completamente descubiertas y apenas cubiertas con una pequeña y vaporosa faldita.

Quién sabe cuál fue la película elegida. Desde el primer momento, en una sala prácticamente vacía, solo tuvimos ojos el uno para el otro y para acercarnos poco a poco, para sentir la respiración del otro que, lentamente, se iba agitando.

Puede que fueran los nervios, las cosquillas de nuestros estómagos o la sensación de ser la primera vez entre nosotros, pero el primer beso tardo en llegar. Antes de ello, nuestras manos entrelazaron sus dedos en primer lugar, y mi brazo rodeo tus hombros para jugar delicadamente con tu oreja y tu cuello.

El primer beso fue cálido, suave y húmedo. Una primera toma de contacto deliciosa y excitante, que te hizo soltar un pequeño suspiro cuando nuestros labios se separaron para permitir que nuestros ojos, lujurioso, se cruzasen durante solo un momento, intenso y tentador, para volver a besarnos, ahora sí, con pasión y deseo.

Nuestras lenguas se cruzaban a medio camino entre nuestras bocas y nuestros labios no se juntaron en un buen rato, jugando en el aire, disfrutando de su tacto rugoso y de mover nuestras cabezas para evitar juntar los labios.

Mi mano comienza a rozar una de tus rodillas y por un momento te tensas para, inmediatamente, acomodarte en tu asiento abriendo poco a poco tus piernas y aceptando ir más allá en nuestro juego.
Ahora sí, nuestras bocas se juntan y las lenguas recorren nuestro interior. Cada beso es una mezcla de calor y pasión, de humedad y deseo, de aire cálido y frenesí incontrolado. Por su parte, mi mano comienza a recorrer tu pierna. De la rodilla pasa al muslo y sigue subiendo. Despacio, recorriendo cada centímetro de piel con la yema de los dedos y palpando despacio, apreciando el calor que desprendes a cada pequeño movimiento.

-    ¿Quieres pecar? –Te susurro suavemente en tu oreja, mientras aprovecho para morderla ligeramente.

-   Enséñame el camino –Respondes con voz entrecortada dispuesta a todo lo que pueda venir en los próximos minutos.

Mi mano se acerca decidida a tu sexo y opta por acariciarlo por encima de tus bragas. La humedad se aprecia claramente en la licra de tu ropa interior y separando mi boca de la tuya, observo como cierras los ojos y disfrutas en silencio con cada caricia de mis dedos sobre tu sexo. Poco a poco, recorriendo la tela de tus bragas de arriba abajo, aprecio como tu humedad crece, al tiempo que el olor a sexo comienza a llegar a mí. Aparto con cuidado tu ropa íntima a un lado y un par de mis dedos comienza a rozar directamente tu sexo, sin barrera alguna que lo impida y sin preocuparme de donde estábamos.

No entro dentro de ti, me dedico a masturbar tu clítoris. Sin tocarlo directamente, lo rodeo trazando círculos alrededor de él y haciendo que, cada poco tiempo, mi dedo baje por tu sexo para empaparse en tu humedad.

Me besas para que tus gemidos queden ahogados entre nuestras bocas y puedo apreciar, en la fuerza de tu beso, el placer que sientes con cada una de mis caricias, que ya no se limitan a rodear tu clítoris, sino que ya lo tocan directamente, sin hacer mucha fuerza, trazando pequeños movimientos en diagonal y notando como con cada pasada, va creciendo poco a poco.

En unos minutos tu cuerpo se tensa, tu beso se intensifica y coges mi mano libre con fuerza para disfrutar de cada escalofrío que recorre tu cuerpo por entero y de cada oleada de placer que se extiende desde tu clítoris. Respiras agitada y miras con ojos de sorpresa, contenta, agradecida, satisfecha. Poco a poco tu cuerpo se relaja, buscas aire donde apenas hay y aprovecho para besar tiernamente tus labios.

Comienzan los títulos de crédito y la tenue luz de la sala me permite vislumbrar tu sonrisa.

-   Termina de pecar por todo lo alto ¿me das tus braguitas? –Me miras curiosa y sorprendida a la vez, dudas un segundo, pero con un rápido movimiento, tus manos deslizan tus bragas por tus piernas y hábilmente sortean tus sandalias. Te agachas y me las entregas sonrojada pero con una sonrisa pícara acompañada de una mirada llena de complicidad. 

Seguiremos excitando...