Las conversaciones y las
insinuaciones entre nosotros habían sido más que evidentes en las últimas
semanas. Nuestras llamadas, sin caer en lo expreso, eran un constante juego de palabras
e invitaciones, más o menos expresas, a caer en un pecado que sabíamos que
tarde o temprano llegaría.
Habíamos quedado con la
idea de ir al cine y eso hicimos. Me invitaste sin dudar y tomamos un café
mientras esperábamos a que comenzase la película. Disfrute con tu conversación
y perdiendo mi mirada en tu generoso escote y en tus sensuales piernas,
completamente descubiertas y apenas cubiertas con una pequeña y vaporosa
faldita.
Quién sabe cuál fue la
película elegida. Desde el primer momento, en una sala prácticamente vacía,
solo tuvimos ojos el uno para el otro y para acercarnos poco a poco, para sentir
la respiración del otro que, lentamente, se iba agitando.
Puede que fueran los
nervios, las cosquillas de nuestros estómagos o la sensación de ser la primera
vez entre nosotros, pero el primer beso tardo en llegar. Antes de ello,
nuestras manos entrelazaron sus dedos en primer lugar, y mi brazo rodeo tus
hombros para jugar delicadamente con tu oreja y tu cuello.
El primer beso fue
cálido, suave y húmedo. Una primera toma de contacto deliciosa y excitante, que
te hizo soltar un pequeño suspiro cuando nuestros labios se separaron para
permitir que nuestros ojos, lujurioso, se cruzasen durante solo un momento,
intenso y tentador, para volver a besarnos, ahora sí, con pasión y deseo.
Nuestras lenguas se
cruzaban a medio camino entre nuestras bocas y nuestros labios no se juntaron
en un buen rato, jugando en el aire, disfrutando de su tacto rugoso y de mover
nuestras cabezas para evitar juntar los labios.
Mi mano comienza a rozar
una de tus rodillas y por un momento te tensas para, inmediatamente, acomodarte
en tu asiento abriendo poco a poco tus piernas y aceptando ir más allá en
nuestro juego.
Ahora sí, nuestras bocas
se juntan y las lenguas recorren nuestro interior. Cada beso es una mezcla de
calor y pasión, de humedad y deseo, de aire cálido y frenesí incontrolado. Por
su parte, mi mano comienza a recorrer tu pierna. De la rodilla pasa al muslo y
sigue subiendo. Despacio, recorriendo cada centímetro de piel con la yema de los
dedos y palpando despacio, apreciando el calor que desprendes a cada pequeño
movimiento.
- ¿Quieres
pecar? –Te susurro suavemente en tu oreja, mientras aprovecho para morderla
ligeramente.
- Enséñame el
camino –Respondes con voz entrecortada dispuesta a todo lo que pueda venir en
los próximos minutos.
Mi mano se acerca
decidida a tu sexo y opta por acariciarlo por encima de tus bragas. La humedad
se aprecia claramente en la licra de tu ropa interior y separando mi boca de la
tuya, observo como cierras los ojos y disfrutas en silencio con cada caricia de
mis dedos sobre tu sexo. Poco a poco, recorriendo la tela de tus bragas de
arriba abajo, aprecio como tu humedad crece, al tiempo que el olor a sexo
comienza a llegar a mí. Aparto con cuidado tu ropa íntima a un lado y un par de
mis dedos comienza a rozar directamente tu sexo, sin barrera alguna que lo
impida y sin preocuparme de donde estábamos.
No entro dentro de ti, me
dedico a masturbar tu clítoris. Sin tocarlo directamente, lo rodeo trazando
círculos alrededor de él y haciendo que, cada poco tiempo, mi dedo baje por tu
sexo para empaparse en tu humedad.
Me besas para que tus
gemidos queden ahogados entre nuestras bocas y puedo apreciar, en la fuerza de
tu beso, el placer que sientes con cada una de mis caricias, que ya no se
limitan a rodear tu clítoris, sino que ya lo tocan directamente, sin hacer
mucha fuerza, trazando pequeños movimientos en diagonal y notando como con cada
pasada, va creciendo poco a poco.
En unos minutos tu cuerpo
se tensa, tu beso se intensifica y coges mi mano libre con fuerza para
disfrutar de cada escalofrío que recorre tu cuerpo por entero y de cada oleada
de placer que se extiende desde tu clítoris. Respiras agitada y miras con ojos
de sorpresa, contenta, agradecida, satisfecha. Poco a poco tu cuerpo se relaja,
buscas aire donde apenas hay y aprovecho para besar tiernamente tus labios.
Comienzan los títulos de
crédito y la tenue luz de la sala me permite vislumbrar tu sonrisa.
- Termina de
pecar por todo lo alto ¿me das tus braguitas? –Me miras curiosa y sorprendida a
la vez, dudas un segundo, pero con un rápido movimiento, tus manos deslizan tus
bragas por tus piernas y hábilmente sortean tus sandalias. Te agachas y me las
entregas sonrojada pero con una sonrisa pícara acompañada de una mirada llena
de complicidad.
Seguiremos excitando...