jueves, 6 de enero de 2011

Una tarde cualquiera

A veces, lo más sencillo es lo más placentero...regalo de Reyes

Llegaste a media tarde a casa. Ya había caído la noche y tu sonrisa respondió a mi beso cuando entrabas en el salón. Hablamos un rato en el sofá, me contabas de tu nuevo trabajo, de las nuevas opciones que podías tener hasta que nuestros labios decidieron que ya era suficiente charla y que querían encontrarse más cerca y compartir saliva y calor, pasión y ternura a partes iguales, hasta que mi mano quiso tocar más allá.

Levante tu camiseta y mis dedos comenzaron a rozar tu piel caliente y cálida. Suavemente acariciaba tu estomago, solo te pasaba las yemas de mis dedos, hasta que decidí subir un poco más y comenzar a palpar la puntilla y el dibujo de tu sujetador. Me encantan tus pechos, buscar tus pezones y acariciarlos fue toda una delicia y un placer para mí. Poco a poco, mi excitación crecía, al igual que la tuya y decidí cambiar el norte por el sur. Mi mano bajo por tu piel, deshizo el camino recorrido y llego al borde de tu pantalón. Sin abrirlo, mis dedos comenzaron a entrar por debajo de la tela, hasta tocar el principio de tus braguitas. Su tela también quedo por encima de los dedos, que comenzaban a moverse libremente por tu monte de Venus, recorriendo tu pubis y los pelitos que indicaban el camino a la fuente de placer. Tus suspiros se hicieron más intensos y tras unos minutos en los que no dejamos de besarnos, decidí que era hora de pasarnos a la cama y seguir jugando.

Con la luz apagada y ya en mi cuarto, comencé a quitarte la ropa. Tu blusa salió pronto por tu cabeza al igual que tu top. Ahora sólo tu sujetador separaba tus pezones y tus pechos de mi boca y no tardo mucho en caer. Me deleite lamiendo tus pezones, notando como se endurecían y como crecían entre mis labios. Disfrute que estuviésemos de pie junto a la cama y que a cada lengüetazo en tus pechos, dejases escapar un suspiro.

Te senté en la cama tras quitar tu cinturón y abrir el botón de tu pantalón. Hábilmente baje tu cremallera y mi mano volvió a recorrer tu pubis para, ahora con más espacio, llegar mejor a tus labios. Moviendo mis dedos logre abrirlos y tu humedad inundo mis dedos que comenzaban a buscar tu clítoris para convertir tus suspiros en gemidos.

Te tumbaste y me puse a tus pies. Tire de tu pantalón desde la cintura y, como es habitual, se atasco en tus pies. Tras tirar de él, tus piernas quedaron a mi disposición. Las recorrí con mi lengua, alternando pequeños lengüetazos con besos aquí y allá, sobre todo al llegar a la parte interior de tus muslos. Puse la nariz junto a tus bragas y respiré tu olor. Me embriaga oler a sexo, me encanta disfrutar de cómo tu excitación inunda mi nariz y saber lo que me voy a encontrar cuando baje tus bragas y mi lengua recorra tus labios.

Tus bragas no tardaron en correr la misma suerte que tus pantalones y con ellas ya en el suelo, mis dedos comenzaron a tocar tu sexo. Abrí tus labios y fue tal y como me lo esperaba. Estabas muy húmeda, tu excitación era total e iba a disfrutar de ella plenamente. Dos de mis dedos entraron directamente en ti, arrancando tus primeros gemidos de tu boca. Pequeños y breves, pero signo inequívoco de excitación. Mi lengua se acerco a tu sexo, buscó tu clítoris y no tardo en encontrarlo. Con suavidad, pero con firmeza, lo lamía arriba y abajo, mientras mis dedos seguían jugando dentro de ti. A veces succionaba con mi boca para tu deleite y, otras, apretaba mi lengua con fuerza para arrancarte nuevos gemidos de placer. Saboreaba tu tesoro y alternaba mi boca con mis dedos que también acariciaban tu clítoris y no hacías sino gemir y vibrar con mis constantes caricias hasta rozar el orgasmo.

Decidiste que ya era hora de que yo también estuviese desnudo y te penetrase. Te pedí que te pusieras a cuatro patas, quería hacértelo desde atrás. Te penetre con facilidad y comencé a moverme detrás de ti, me pegaba todo lo que podía a ti, intentando penetrarte lo más profundo que podía, para alejarme de tu cuerpo y volver a entrar con fuerza. Me pegue a tu espalda y te susurre a tu oído…”tócate el clítoris y córrete”. Creo que te sorprendió mi petición, pero lo hiciste. Llevaste tu mano a tu clítoris y comenzaste a tocarte mientras seguía penetrándote. Así seguimos varios minutos, tú te apoyabas en la cama con un brazo, mientras tus dedos tocaban tu clítoris duro y grande. Yo te penetraba a buen ritmo, sin pausa, esperando tu orgasmo y la reacción de tu vagina, lo que no tardo en llegar para, con cada contracción, provocar mi orgasmo dentro de ti. Fueron segundos intensos, largos, eternos y excitantes; tras ellos, caímos rendidos sobre la cama. Yo sobre tu espalda, aún dentro de ti, respirando agitados, mientras tu mano seguía, ya sin moverse, junto a tu clítoris. Recuperábamos el aliento al tiempo que mi boca se abría camino entre tu pelo para que pequeños y suaves besos recorriesen tu nuca.


Seguiremos excitando...

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