viernes, 29 de junio de 2012

El parque y la falda


Sentías girar los pliegues de tu falda vaquera mientras te movías al ritmo de la música y mientras cruzabas pícaras miradas con él. Tu mirada se cruzo con la suya desde que entraste en la discoteca rodeada de tus amigas y apenas se habían separado, ni cuando fuiste al baño, ni cuando paraste de bailar para tomar algo en la barra. 

Viste como abandono el circulo de sus amigos y se acerco a la pista y decidiste incrementar el ritmo y los movimientos de tus bailes. Sentiste su aliento detrás de ti y su suave voz diciendo en tu oido: ¿“bailamos”?

Te giraste y sin dudarlo pusiste tus manos tras el. Abriste tus palmas y acariciaste su culo disfrutando de su dureza y su cuerpo, acercándolo hacía ti, sin encontrar oposición. Puso sus manos a la altura de tu cintura y comenzó a danzar a tu ritmo, disfrutando, gracias a su altura, de tus generosos pechos.

Enlazasteis una canción con otra y vuestras manos no solo os unían sino que también recorrían vuestra piel generando las primeras sensaciones excitantes, y mientras notabas como crecía tu calor, apreciabas como su sexo comenzaba a estar más y más erecto. 

Decidió que era hora de terminar el baile y tomando tu mano comenzó a salir de la discoteca tirando gentilmente de ti. No dudaste un segundo y lo seguiste deseosa de poder besarlo y sentirlo mucho más cerca, excitada por lo improvisado de la situación y por todo lo acumulado durante las interminables canciones en las que caricias, lascivas y nada inocentes, habían sembrado el camino para todo lo que llegaría a continuación. 

Te llevo a un parque cercano y en cuanto abandonasteis la calle y el ruido de la ciudad quedo silenciado por los árboles, el primer beso no se hizo esperar y vuestros labios se juntaron pasionalmente. Las lenguas comenzaron su baile y sus manos no tardaron en colocarse bajo tu falda, acariciando tus nalgas despacio recorriendo cada palmo de piel, bajando hacia tus muslos y comenzando a recorrer tu sexo por encima de tus braguitas. 

Notabas como crecía la humedad en tu sexo y decidiste que era el momento de disfrutar del todo. Lo sentaste en un banco y te aclucillaste entre sus piernas. Te sorprendías a ti misma, pero no querías frenar ni por un momento. Abriste el botón de su pantalón y bajaste la cremallera, buscando su sexo con tu mano por debajo de sus calzoncillos. Su calor y su dureza te indicaron que estabas en el lugar adecuado, bajando sus pantalones y observando atenta lo que ibas a disfrutar. 

Lo masturbastes durante algunos minutos, alternando rápidos movimientos con suaves caricias, mientras comenzabas a repartir pequeños besos en su capullo sintiendo su sabor y de las primeras gotas de su semen que llegaban a tu lengua, al tiempo que comenzabas a provocar los primeros suspiros. 

Te alejaste unos metros de él y con la música aún en tu cabeza comenzaste a mover tu cuerpo lentamente al tiempo que comenzabas a insinuarte levantando tu faldita y comenzando a enseñar el principio de tu braguitas negras que escondían tu incontenible humedad. No tardaste en enredar tus dedos en los elásticos de tus braguitas y deslizarlas hacía abajo por tus piernas, para con un delicado movimiento de tu pie, sacarlas de tus piernas y dejarlas en el suelo, volviendo a dirigirte a tu recién conocido amante que sorprendido no había perdido un solo movimiento de tu cuerpo. 

No dudaste en abrir tus piernas y sentarte sobre sus piernas tras bajar sus pantalones hasta los tobillos. Con tus manos cogiste su sexo, duro y grande, húmedo por su semen y tu saliba, y comenzaste a masturbaste tu clítoris con su capullo. Abriste tus labios con él, y lo moviste sobre el clítoris comenzando a sentir un gran placer. Él acariciaba tu cuello, enredando sus manos entre tu pelo y bajando a tus deliciosos pechos, tentadores y apretados bajo la camiseta. Seguías jugando con su polla y la usabas para recorrer todo tu sexo, desde el clítoris hasta el comienzo de tu vagina; sin llegar a penetrarte con ella, la situabas en tu agujerito, estando cada vez más y más excitada y con mayores ganas de sentirla dentro de ti. 

Sus manos ya estaban bajo tu camiseta y pellizcaban tus pezones cada vez más duros y pensando que ya era hora de sentirte llena, comenzaste a sentarte sobre su polla dura. Notaste su sexo entrar en ti, bajaste lentamente sobre ella, disfrutando de cada centímetro que penetraba en tu cuerpo y disfrutando del calor de su polla que se juntaba con tu humedad. 

Con toda su polla dentro de ti, te quedaste quieta, lo besabas y él te contestaba. Estabas excitada por la situación y por un momento te viste desde fuera. Visualizaste la imagen que cualquiera que paseará por el parque se encontraría...dos personas en un banco, ella sentada sobre el con su falda levantada, él aprisionado por las piernas de ella echando la cabeza hacía atrás por el placer y la excitación, unas braguitas negras a un par de metros del banco y gemidos y suspiros que cada vez eran más elevados y nada disimulados. 

Perdiste la cuenta del tiempo que estuviste quieta, sin moverte, en unos minutos deliciosos en los que solo apretando los músculos de tu vagina sobre su polla generaban el mayor de los placeres. Comenzaste a moverte, a subir y bajar sobre su duro sexo mientras mordías sus orejas y devorabas su boca. Él también ayudaba abriendo los cachetes de tu culo y abriendo más y más tu sexo, mientras apoyaba un dedito en el comienzo de tu culito trazando pequeños círculos en tu ano y logrando que, poco a poco, ese dedo entrase dentro de ti. 

Tu excitación seguía subiendo y cada movimiento era un punto más de placer para tu cuerpo; un placer que arrancaba en tu sexo y en tu culo y que se lanzaba a todo tu cuerpo, reforzado por la situación, por el lugar en el que gemías con cada movimiento y por la proximidad de un orgasmo que deseabas fuese compartido y simultaneo. No tardaste mucho más en comenzar a explotar. Tu sexo dio la orden de estallar y tu orgasmo comenzó a recorrer cada rincón de tu cuerpo, incrementando el ritmo de tus movimientos sobre su polla que también explotó inundando tu sexo con su semen. Cada movimiento era una nueva oleada de placer y un nuevo gemido conjunto unido al ruido que llegaba desde tu sexo en el que se mezclaba tu orgasmo con su semen. 

Minutos después del orgasmo seguías unida a el, notando su sexo aun duro dentro de ti, mientras jugabas con su pelo y besabas sus labios, dispuesta a disfrutar aún más...